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Las masacres de Gilroy y El Paso: Trump y la larga historia del racismo anti-mexicano en los Estados Unidos

Es triste decir que, al enterarme del tiroteo masivo del 28 de julio de 2019 en el Festival del Ajo en Gilroy (“Gilroy Garlic Festival”), cometido por un supremacista blanco, estaba desconcertado y enfurecido, mas no sorprendido. Días más tarde, mi conmoción, ira, y aprehensión aumentaron cuando supe de otro tiroteo, también a manos de un supremacista blanco, esta vez en El Paso, Tejas. Nuevamente, no me sorprendió que algo así pudiera suceder hoy en los Estados Unidos.

Trump comenzó su campaña presidencial hace tres años llamando a los mexicanos “violadores” y “delincuentes”. Nos ha llamado “enemigos” de los Estados Unidos y prometió construir un muro para mantenernos fuera de este país. Ya como presidente, llamó a los centroamericanos “animales” y a sus naciones “países de mierda”. Comentaristas políticos como Tucker Carlson y Laura Ingraham han seguido su ejemplo al afirmar que la inmigración de países pobres “ensucia” a los Estados Unidos y está “destruyendo América“.  Ellos se han referido a México como una “potencia extranjera hostil”, dando a entender que las y los mexicanos en los Estados Unidos son agentes subversivos. A su vez, han dicho que la inmigración es una amenaza para los Estados Unidos, que llevará a un país menos seguro y que provocará la muerte de “América”.

Actualmente, decenas de miles de migrantes están retenidos en condiciones horribles e inhumanas en campos de detención a lo largo y ancho de Estados Unidos. Según fuentes de 2018, la mayoría de las personas detenidas en estos campos son de México y Centroamérica. Ahí son sometidos a sufrir en espacios superpoblados, sin espacio para sentarse y acostarse, contaminados con orina y heces, y sujetos a temperaturas extremadamente frías. Se les ha negado el acceso a duchas, atención médica, saneamiento adecuado, agua potable y comidas calientes; en cambio, se les sirve comida descompuesta. Se les ha dicho que beban agua de los inodoros y han sufrido abusos sexuales, mentales y físicos por parte de los agentes de la Patrulla Fronteriza que trabajan en estos campos.

Estas personas también han tenido que sobrellevar la separación forzada de sus hijos y padres. Miles han tenido que sufrir este trauma en los últimos tres años. Esta gente se ve obligada a vivir en condiciones inhumanas porque quienes lideran el gobierno y la clase dominante de este país no los ven como completamente humanos,

Muchos racistas en los Estados Unidos se han envalentonado por estos comentarios y acciones. En los últimos años, uno ve, cada vez más, ataques racistas verbales y físicos contra inmigrantes mexicanos y centroamericanos. Se ha vuelto más común ver videos grabados por latinos en sus teléfonos celulares, en los que se les dice que “regresen a su país” o “esta es América, hablen inglés”.

Sabía que las cosas iban a ponerse bastante mal cuando vi escenas de un video en julio de partidarios de Trump que gritaban “¡envíala de vuelta!”, cuando Donald Trump mencionó a la congresista Ilhan Omar en una concentración en Carolina del Norte. Sabía que este canto no solo estaba dirigido a ella, sino a todas las personas negras y morenas en este país.

Mucha gente dice que Trump ha incentivado estos racistas con sus propios comentarios y acciones. Tienen razón. Pero Trump no creó ningún sentimiento nuevo, simplemente hizo que fuera más aceptable ser abiertamente racista y atacar a inmigrantes, mexicanos y centroamericanos.

El asesino en el Festival del Ajo en Gilroy se quejó de que “hordas de mestizos” estaban entrando a los espacios públicos, mientras que el asesino del tiroteo en El Paso expresó temor a una “invasión hispana en Texas”. Más tarde, confesó a la policía que el objetivo directo de su ataque eran los mexicanos. En el centro de los comentarios de ambos atacantes se encuentra el temor al crecimiento de la población mexicana en los Estados Unidos, provocando la paranoia de que los blancos se convertirán en una minoría que vivirá bajo su dominio.


Las nociones racistas de los mexicanos como infrahumanos estuvieron acá desde antes de Trump. Han sido una piedra angular de la cultura angloamericana, desde la era de la expansión Anglo en la región de Tejas. Estos puntos de vista no pueden ser purgados de esta sociedad porque son una parte integral de ella, le han servido de sostén y lo continúan haciendo. Estos puntos de vista son parte del tejido de la sociedad angloamericana dividida en clases y continuarán existiendo mientras exista esta sociedad.


Esto alimenta la opinión de que no pertenecemos aquí – que los mexicanos son extranjeros. Estas visiones no son nuevas, sino históricamente recicladas. Las nociones racistas de los mexicanos como infrahumanos estuvieron acá desde antes de Trump. Han sido una piedra angular de la cultura angloamericana desde la era de la expansión Anglo en la región de Tejas. No pueden ser purgadas de esta sociedad porque son una parte integral de ella, le han servido de sostén y lo continúan haciendo. Estas visiones son parte del tejido de la sociedad angloamericana dividida en clases y continuarán existiendo mientras exista esta sociedad.

Una nación fundada sobre la supremacía blanca

Si queremos comprender los puntos de vista racistas antimexicanos inherentes a la sociedad angloamericana, primero debemos mirar la historia de esta sociedad desde sus inicios. Esta sociedad fue construida a la base del desplazamiento y genocidio de los indios americanos. Fue construida sobre la opresión y el trabajo forzado de los negros esclavizados. Las ideas racistas anti-indígenas fueron utilizadas para justificar el exterminio de estas personas por los colonos ingleses. Las representaciones de indios estadounidenses como bárbaros y salvajes también tenían el propósito de alentar a los colonos angloamericanos a matarlos. Siempre es más fácil lograr que unas personas maten a otras si puedes convencerlas de que sus víctimas no son realmente personas.

Además, los logros de la población indígena y su desarrollo de estas tierras (pueblos asentados rodeados de campos de maíz, la domesticación de los bosques, el control de las poblaciones de vida silvestre, etc.) han sido y siguen siendo borrados para presentarles como incapaces de desarrollar este continente. Esta omisión también ha servido para justificar el robo angloamericano de tierras indígenas, apoyando la falsa narrativa de que fueron ellos quienes hicieron que la tierra fuera productiva y no los indios. Pero lo que está detrás de esta desaparición de la memoria es la creencia de que los indios estadounidenses no podían tener la capacidad mental para cambiar su entorno [1].

El racismo anti-negro fue fomentado por la clase dominante para justificar la esclavitud de los africanos. Se hizo ver a los africanos como infrahumanos para presentar todo el sistema de esclavitud negra, no como un sistema inhumano y cruel, sino natural. En este sistema, los negros eran tratados como bestias de carga. Para que esto sucediera, tuvieron que ser construidos socialmente como “racialmente inferiores”, no como humanos.

A pesar de las intenciones de la clase dominante, los blancos pobres no siempre han visto el mundo como lo deseaban sus amos. En la América colonial, existe evidencia de que los negros y los blancos a menudo se trataban como iguales, “despreocupados por sus diferencias visibles”, trabajaban juntos y fraternizaban socialmente. Al mismo tiempo, hubo numerosos casos de negros y blancos, esclavos, sirvientes por contrato forzoso y personas pobres que resistieron y se rebelaron juntos.

La rebelión de Bacon de 1676, , es un ejemplo de un levantamiento en el que blancos y negros se unieron contra la élite gobernante colonial. [2] En este momento, una muy pequeña clase dominante existía en las colonias inglesas y gobernaba sobre una población mucho más grande de blancos y negros pobres, la mayoría de ellos sirvientes por contrato forzoso (indentured servants), que veían sus puntos en común y tendían a unirse en rebeliones episódicas. La clase dominante tenía, con toda razón, miedo de ser derrocada por una revolución de blancos y negros unidos.

La élite colonial gobernante instigó el racismo anti-negro para mantener divididos a los blancos y negros pobres, una herramienta en la que la clase capitalista todavía se basa. Las Leyes de Segregación, como las aprobadas en 1691 por la Asamblea General de Virginia, fueron diseñadas específicamente para evitar que personas blancas se casaran con personas negras o indígenas. En la práctica, la implementación de Leyes de Segregación fue diseñada para evitar que los sirvientes blancos se involucraran en actos de resistencia junto a los negros. [3]

Las visiones racistas de indios y negros estadounidenses como infrahumanos ha beneficiado materialmente a la clase dominante. Dichas visiones facilitaron la conquista, genocidio y expulsión forzada de indios americanos de sus tierras. Estas ideas también ayudaron a apuntalar un sistema de esclavitud en régimen de pertenencia personal (chattel slavery) que contribuyó inmensamente a las fortunas de la clase dominante construidas durante este período. Este racismo ha mantenido a los trabajadores pobres y oprimidos divididos por fronteras raciales, permitiendo a la clase dominante angloamericana mantener su control sobre una enorme población que necesitan, pero que también temen.

Anti-español, anti-católico y expansionista

Para comprender mejor las visiones angloamericanas sobre los mexicanos, también debemos examinar sus puntos de vista sobre los españoles. El español era visto como un europeo de “segunda categoría” capaz de gran crueldad. [4] Los españoles también fueron vistos como despiadados, genocidas y, lo que es peor a los ojos de los angloamericanos, parcialmente moros y africanos. [5] El anticatolicismo heredado del protestantismo inglés, fue también otro golpe contra los españoles a los ojos de los anglos.

El deseo de la clase dominante angloamericana de expandir las fronteras hacia el territorio mexicano es otro factor que tuvo un impacto fundamental en cómo la población Estados Unidos, en sus inicios, llegaron a ver a los mexicanos. El deseo de las élites anglosajonas de expandirse hacia el oeste y adquirir el territorio del norte de México se originó en las primeras visiones independentistas de Estados Unidos. Thomas Jefferson escribió una vez:

… es imposible no esperar tiempos lejanos cuando nuestra rápida multiplicación se expandirá más allá de esos límites, y abarcará todo el norte, si no el continente sur, con un pueblo que hable el mismo idioma, gobernado en formas similares, y por las mismas leyes; tampoco podemos contemplar con satisfacción ni la mancha ni la mezcla en esa superficie. [6]

El capitán militar estadounidense Lemuel Ford, un participante en las guerras de expansión hacia el oeste, dijo en 1835 que los mexicanos deben “retroceder” ante la marcha de los anglosajones por toda América del Norte.

Estas citas de Jefferson y Ford revelan el miedo al mestizaje entre los pueblos Anglo y de América Latina, y la creencia de que los europeos y quienes habitaban estas regiones aún no conquistadas no debían vivir juntas, compartir la misma tierra, o interactuar en el mismo espacio social. La invasión anglosajona en un nuevo territorio significaría el desplazamiento de quien ya vivía allí.

Esta creencia en la expansión hacia el oeste no era solo sostenida los sureños que querían expandir la esclavitud. Muchos norteños también tuvieron esta opinión. El escritor norteño Walt Whitman fue un ferviente partidario de la expansión hacia el oeste y la guerra contra México. Incluso, abolicionistas del norte como James Russel Lowell creían en esta idea del “destino manifiesto”, escribiendo en 1859 que

el destino manifiesto de la raza inglesa era ocupar todo este continente y desplegar allí tal comprensión práctica en materia de gobierno y colonización como ninguna otra raza haya demostrado poseer desde los romanos. [7]

Una mirada a los periódicos del norte en 1840 revela un fuerte apoyo para la adquisición de un nuevo territorio durante la guerra entre México y Estados Unidos. En “Race and Class in the Southwest” Mario Barrera muestra que los periódicos en Nueva York (New York) y Nueva Inglaterra (New England) fueron los primeros en abogar por la anexión de California durante esta guerra. [8] La idea del “destino manifiesto” fue en realidad una justificación para la expansión hacia el oeste necesaria para satisfacer los intereses económicos de los propietarios de esclavos en el sur y los comerciantes y capitalistas del norte.

Cuando los anglos se encontraron con los mexicanos por primera vez, los consideraron personas “inferiores” que compartían los mismos rasgos raciales que los indios americanos, los negros y los españoles racializados como “moros” (quienes también eran católicos). Iban imbuidos de un sentido de superioridad racial y cultural, y como consecuencia, se sentían con derecho a tomar sus tierras y recursos naturales. Los mexicanos, por su parte, se toparon con una nación cuya clase dominante había construido su estado y acumulado su riqueza a base del genocidio y la esclavitud de los negros y los indígenas. Una clase dominante que, a pesar de sus divisiones internas, estaba unida en su deseo de expandirse hacia el oeste para acrecentar sus riquezas. Estos factores contribuyeron al modo en que los primeros anglos percibieron a los mexicanos, originando ideas que continúan envenenando las mentes de racistas en el siglo XXI.

Traducido del inglés por Kelly Ventura.

Notas:

1] “An Indigenous Peoples’ History of the United States ” por Roxanne Dunbar-Ortiz; “1491” por Charles C. Mann; y “American Holocaust: The Conquest of the New World” por David Stannard, dan muy buenos relatos de la historia de los pueblos indígenas de la costa este, de lo que ahora es los Estados Unidos, antes y después de la llegada de los europeos.

[2] Howard Zinn, A People’s History of the United States (New York: Harper Perennial Modern Classics, 1980,1995.1998,1990,2003), 31-32, 39-42.

[3]Zinn, A People’s History of the United States, 31.

Americo Paredes, With His Pistol in His Hand: A Border Ballad and its Hero (Austin: University of Texas Press, 1958, 1986), 17.

[5] Arnoldo De Leon, They called Them Greasers: Anglo Attitudes towards Mexicans in Texas, 1821-1900 (Austin: University of Texas Press, 1983, 2008), 4.

[6] Leo Cervantes, More than a Century of the Chicano Movement (Phoenix: Editorial Orbis Press, 2004), 13.

[7] Roxanne Dunbar-Ortiz, An Indigenous Peoples’ History of the United States, (Boston: Beacon Press, 2014), 131.

[8] Mario Barrera, Race and Class in the Southwest (Notre Dame: Notre Dame Press, 1979), 13-14.

Blas Reies creció en la zona rural de California criado por padres mexicanos que eran trabajadores agrícolas. Continúa trabajando y organizándose en su comunidad, está comprometido con el cambio social y colaborando con otros que quieren luchar por la liberación de todos los oprimidos.

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